lunes, 8 de diciembre de 2008

DIARIO DE GUERRA. Entrada 016.

Sin memoria histórica. Francisco Hernández, uno de los mejores científicos del siglo XVI. Muchas veces se tiende a pensar que el siglo XVI para España solo supuso una serie de portentosas conquistas y épicas batallas que dieron lugar a un imperio donde nunca se ponía el Sol, pero pensar eso no solo es un error, sino que se demuestra cuan grande es la ignorancia respecto a nuestra Historia.

España, durante el siglo XV y XVI no solo fue una potencia intratable en el terreno militar, sino que fue también pionera y adelantada en otros aspectos, tales como la cartografía, la navegación, las ciencias, la poesía, literatura, pintura, exploración, teología y enseñanzas, y de todas partes de la cristiandad acudían los estudiantes a las universidades españolas a estudiar y escuchar a los grandes oradores del momento. Porque España fue, durante esos siglos, la más adelantada y grande de todas las naciones y la que con más esplendor brilló, tanto para lo bueno como para lo malo. Es muy fácil caer en la tentación de poner a una España atrasada, intolerante y fanática, pero eso forma parte de la Leyenda Negra y de la envidia que las demás naciones nos tuvieron, incapaces de eclipsar el poderío español recurrieron al embuste, la exageración o la perfidia, y a día de hoy tales villanías han calado hondo en la sociedad española. España estuvo más atrasada, analfabeta e impotente en el siglo XVIII y buena parte del XIX, que en el XV o XVI.

La ciencia de aquel entonces, la del siglo XVI, era muy diferente (o quizás no tanto) a la del siglo XXI, y comenzó a sufrir un fuerte desarrollo por toda Europa tras el lapsus milenario que supuso la Edad Media. Las ciencias “fuertes” por entonces eran la náutica y la cartografía, y de las ramas de la física las relacionadas con la construcción y con la militar, tal y como demandaban las necesidades de la época. Las más “débiles”, entre otras, eran la botánica y la zoología, más que nada, porque desde la época de la Roma Imperial a casi nadie le había hecho furor el estudio de la Naturaleza, pero sobre todo porque faltaba un trabajo exhaustivo de clasificación en el que poder basar los estudios posteriores. Puede que algún griego o romano hubiera hecho un trabajo tan arduo, pero si fue así, no ha conseguido llegar hasta nuestros días. Así pues, ¿quién iba a abordar un trabajo tan monumental como el tener que clasificar toda especie animal, mineral y la flora de por entonces? ¿Y qué nación podía disponer de recursos para tan ciclópeo empeño? Pues aquí es donde entra el doctor Francisco Hernández y el rey Felipe II.

La Conquista de América supuso un hito histórico y la oportunidad de empezar muchas cosas, pero también supuso un cambio de mentalidad no solo para España, sino para toda Europa. Las ciencias irrumpieron con más fuerza que nunca.

Francisco Hernández nació en la Puebla de Montalbán, en Toledo, en 1514. Estudió medicina en Alcalá de Henares y ejerció medicina en el Hospital de la Santa Cruz de Toledo y también en Sevilla. Allí se casaría con Juana Díaz de Paniagua, que le daría dos hijos. En Sevilla Hernández descubre la obra del médico Nicolás Monardes, que fue el primero en informar sobre los productos naturales que provenían de América y sus propiedades curativas. Esta era la gran novedad del siglo: los españoles estaban descubriendo los secretos de la medicina natural americana, sus plantas y formulas. En 1560 entra en el Monasterio de Guadalupe, con los frailes jerónimos, haciendo disecciones anatómicas, cirugía, organizando el jardín botánico, estudios sobre la Naturaleza… En Guadalupe alcanza el grado de magíster, y en 1567 es nombrado médico de cámara de Felipe II.

Felipe II, a pesar de la Leyenda Negra, era un hombre apasionado por el conocimiento y un amante de los libros, hasta el punto de que se convirtió en el mayor coleccionista de libros del siglo. En 1576 atesoraba 4.545 volúmenes y 2.000 manuscritos y a su muerte, en 1598, ya alcanzaba un total de 14.000 volúmenes, la mayor biblioteca del mundo. En El Escorial constituyó un gran centro de investigación y donó a la biblioteca 4.000 volúmenes de su colección privada, enviando además eruditos por toda Europa y España en busca de libros para añadir a la colección de El Escorial. Así nació la biblioteca Laurentina: un colosal proyecto de investigación con el mejor fondo de códices griegos y la mejor colección europea de manuscritos árabes. Felipe II supo que el descubrimiento y la Conquista de América era un hito histórico y la oportunidad para abordar un proyecto gigantesco y ambicioso: recopilar, en un plazo de cinco años, toda la vida natural de los nuevos reinos, pasa saber que hay allá y como se puede utilizar. Encomienda la ciclópea tarea a Francisco Hernández Protomédico de las Indias y pone a su disposición medios considerables: un asistente, el propio hijo de Hernández, un técnico, un cosmógrafo y un amplio equipo de médicos, boticarios, herborizadores, amanuenses, dibujantes, pintores… y dinero, soldados y barcos.

El trabajo de Hernández será espectacular. Viajara por todas partes, desde la altiplanicie central, el mar del sur, Oaxaca, Michoacán e irá recogiendo muestras y material botánico. Los cinco años se convertirán en ocho y su método, su manera de investigar van a ser muy importantes para las ciencias del futuro, porque son un perfecto ejemplo pionero de la ciencia experimental. El método de Hernández consistirá en un sistema de fichas normalizadas sobre cada especie vegetal, sobre cada piedra y animal, tipo descriptivo, por escrito, acompañado de dibujos. Fruto de este titánico trabajo fueron veintidós volúmenes escritos en latín que se convirtieron en la enciclopedia natural más importante del mundo, convirtiéndose en la principal referencia de los naturalistas europeos hasta bien entrado el siglo XVIII. Por desgracia, en un incendio se perdió la obra original de Hernández, pero gracias a la previsión de Felipe II que mandó hacer una copia resumida de la obra pudo sobrevivir la portentosa investigación del médico toledano.

Hernández regresó a España, donde permaneció en Madrid trabajando en su obra que estaba traduciendo al náhuatl, la lengua de los mexicas. Murió en 1587 y se ignora en que condiciones, ya que es muy usual que en nuestra Historia a los grandes hombres se les aparte un lado y se les olvide. Como diría un ilustre medico mexicano: “Tan injustos han sido sus compatriotas con este eminente varón, que aún se ignora el lugar de su sepultura”. E injustos continuamos siendo con Francisco Hernández, pues de él no se habla en las escuelas, ni en los libros de Historia se le menciona, y apenas hay español que sepa quien fue este grande entre los grandes, un gigante que supo estar a la altura del Imperio más colosal de su época y de una España madre no solo de conquistadores y estrategas militares, sino también de genios, científicos y mentes privilegiadas. Gloria inmortal para Francisco Hernández, y vergüenza para los españoles por olvidar su historia, su gesta y a quienes la protagonizaron. Desde la Nave Mundo se transmiten dos mensajes: uno es para ensalzar la figura de Hernández, y el otro para denunciar la apatía, desidia, analfabetismo salvaje y miseria de una España que solo piensa en emborracharse, drogarse y vivir dándoselas de listos cuando en realidad somos cafres que abandonamos y olvidamos nuestra Historia, condenados a repetir una y otra vez los errores del pasado. Fin de la entrada. LOBO.

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