lunes, 28 de diciembre de 2009

DIARIO DE GUERRA. Entrada 026. Perlas de España. El terror de las suecas. Interrumpimos la emisión normal de estas entradas de guerra, para dar a conocer la siguiente noticia: el 2 de noviembre de 2009, en Madrid, la misma ciudad que le vio nacer, murió el actor José Luis López Vázquez, a quien Dios seguramente haya instalado en una playa paradisíaca llena de turistas suecas, francesas, alemanas y danesas, con un perfecto bronceado, un cubata en la mano y abundante pelo en la cabeza, para que goce por toda la Eternidad, pues bien que se lo ha ganado.

Nos abandona otro grande del cine, en este caso, del cine español. Y grande no le hace justicia a este señor, pero es que no puedo expresar con palabras los sentimientos que me embargan cada vez que pienso en JL López Vázquez. Con él, el cine español se queda huérfano, pues se ha marchado un actor irrepetible, un profesional del celuloide de verdad, incansable, trabajador y que supo llenar con su sola presencia, humor y jovialidad todas las películas en las que participó.

Durante años, sobre todo a partir de los años ochenta del siglo XX, fue olvidado por esa ola de nuevo cine, realizadores, actores y directores muy “modernos”, empeñados en negar todo el cine anterior a ellos, berreando que ese cine era “franquista” y al servicio de la dictadura, empeñados en gritar de manera histriónica que “su” cine, solo “su” cine, es cine de verdad. Y para dar muestra y prueba de tan rotundas verdades, ahí esta que actualmente el cine español sea una autentica basura en líneas generales, repleto de mediocres, simplones y aburridos actores, realizadores y directores que, encima, se han metido a adeptos de la nueva secta dirigida por el sin par señor presidente de España, el de la ceja. O sea, que además de basura, el cine español actual, en su mayor parte, es también propaganda política y un contubernio de tarados y sanguijuelas que solo pueden hacer películas a costa del dinero del esforzado contribuyente, que tiene que asistir atónito como se niegan ayudas para el desarrollo de la Tecnología o el Estudio Hidrológico de España, por ejemplo, pero que cada año las ayudas y subvenciones al cine español se vean exponencialmente aumentadas.

Pero esta no es una perla dedicada al borregueo del cine español, ya habrá tiempo de hablar de ello, sino que es para nuestro colosal JL López Vázquez, actor como la copa de un pino, tan actor y tan bueno, que la mugre que tenía en la uña del dedo gordo de su pie izquierdo valía mucho más como actor que todos estos actores actuales tan de moda y tan amigos del de la ceja (o del de las barbas, tanto monta, monta tanto). En España existe la curiosa costumbre de que cuando uno se muere, todos sus pecados se perdonan y se pasa a ser una persona virtuosa y ejemplar, o, en el caso que nos ocupa, se sale del olvido y todos se apuntan a la estela del fallecido. Que más da que el cine español se olvidara de JL López Vázquez, excepto en honrosas excepciones, y no cuenta el Goya de las narices, esperpento monstruoso y mala copia de los Oscars de Hollywood. Lo que importa es que su público nunca le olvidó. Público del que me considero parte.

Claro, ahora se le honra con pases de películas en cadenas de televisión, y se habla de él haciendo alarde de sus últimas películas, donde pasó a ser considerado actor (como si antes no lo fuera) de verdad, ya que para entonces Franco había muerto. Pero es que las últimas películas de JL López Vázquez no son las mejores, ni son tampoco las que triunfaron entre los espectadores, ni son tampoco por las que realmente se le recordarán. El éxito de JL López Vázquez, aparte de su tremendo humor y personalidad en la pantalla, es que los españoles se sentían identificados con sus personajes. No era alto, ni musculoso, ni usaba tupés o tenía los ojos azules. Era pequeño, calvo, con gafas de pasta, anodino, vulgar, torpe y machista, vamos, español de los de entonces. Un español que trabajaba para ganarse la vida, que le podías encontrar en una oficina o en una obra, el típico español, o española, reprimido, sin conocer el mundo que le rodeaba, asfixiado por la maquinaria implacable del franquismo y por la constante publicidad de que España crecía y era una maravilla, una paz. JL López Vázquez reaccionaba ante las suecas con bikini en la playa como lo haría cualquier español, e intuyendo que más allá del NO-DO existía un mundo sin explorar, se lanzaba de cabeza a la perdición y el desenfreno, con esa “furia” española sin par, admirada por los turistas alemanes, ingleses o noruegos, pero que no era tal furia, sino la rabia de un pueblo al que se le negaba la libertad y la oportunidad de disfrutar la vida.

El cine de entonces, en el que brilló con luz propia el sin par JL López Vázquez, se las tenía que hilar muy fino para denunciar, parodiar o reírse del sistema, y si uno sabe ver de verdad, descubrirá que esas películas, esas inocentes “comedias”, además de ser un reflejo verdadero, algo exagerado, de la España de entonces, eran también una protesta constante y sincera contra el régimen de Franco, exponiendo a la vista del gran público lo que había en nuestro sufrido país y lo que era en verdad la democracia más allá de nuestras fronteras. JL López Vázquez supo dar a todos sus papeles ese aire de español normal, el de la calle, el que lanzaba piropos y se les salían los ojos tras las curvas de las alemanas al grito de “¡Monumento, monumento!”, el que berreaba como loco los domingos ante los goles de su equipo, el que pedía churritos con café en el colmo de la modernidad, el que una novia era para toda la vida y para pasar por la vicaria; el sufrido, esforzado trabajador que por más que se empeñara en triunfar no lo iba a conseguir por culpa del sistema que aplastaba las iniciativas propias; el del miserable que soñaba con un mundo mejor, con amplias autopistas, un chalecito con jardín y una tele a color; el que se volvía loco ante las nuevas músicas, perdiéndose en discotecas algo cutres y con ritmos ye-ye mientras los ojos se le iban a los muslos de aquellas desvergonzadas que se ponían la minifalda, que arrasaba entre las jóvenes. Ese era de verdad JL López Vázquez, y nadie como él para hacernos sentir que sus personajes, esos que nos hacían reír, en realidad éramos nosotros mismos.

Este cine actual, el moderno, cobarde, corrupto, totalmente vendido al sistema, se las da de trasgresor, pero en realidad jamás llegaron tan lejos en las denuncias al sistema como lo hizo el cine de antaño, cine que, no olvidemos, se jugaban la cárcel en cada película, lo que dobla su valor, tanto artístico como personal. Pues bien, este cine es el que alaba a JL López Vázquez en sus papeles en películas modernas, pero como ya digo, JL López Vázquez no es el hombre que ellos quieren que sean, pues en su mediocridad, ya le intentan rebajar a su nivel para no verse eclipsados. No, JL López Vázquez ha quedado para la Eternidad como padrino Búfalo, o el secretario del alcalde que corre tras las suecas, o el esforzado trabajador de banca que planea el golpe maestro, o el hombre con un corazón de oro y picaros modales, o de chulo desgraciado, que finalmente cuida a sus chicas como si fueran sus hermanas. Pero es que además, era buen actor. Nos deja un impresionante legado, una larguísima colección de películas que reflejan una España de opereta, pero también una España real, la de entonces, la que sobrevivía como podía en la dictadura y además lo hacia con esa picaresca, esa fuerza y ese arte que hacia de España “algo diferentes”; algo diferente entonces, y algo diferente hoy también, aunque para peor.


Descansa en paz, maestro, bien te lo has ganado. Deja que ahora te alaben y se arrastren a tus pies, que te homenajeen con tus peores películas. Los que siempre te hemos admirado seguiremos viendo “Cine de barrio”, donde triunfas y triunfarás para siempre. Fin de la entrada. LOBO.