sábado, 16 de agosto de 2008

DIARIO DE GUERRA. Entrada 010.

El veranito. Desde mi puesto de mando, mientras observo la porción de planeta que me ha sido asignada, escucho en la distancia los toques de arpa de mi compañero el bardo y no puedo dejar de preguntarme que estará tramando o pensando, pues solo suena su música cuando algo comienza a cocerse en su mente. A la vez, por las pantallas, observo la llegada del currante de la bodega de carga de su última misión de infiltración en la Tierra. Viendo su rostro tenso y colorado, sus ojos echando chispas y las maldiciones pugnando por salir de la boca, intuyo que de nuevo ha vuelto a descubrir alguna nueva estupidez de esas tan tremendas y que hacen retroceder a la especie humana un paso más hacia atrás. No es para menos su disgusto.

Es el verano un tiempo curioso, pues se dejan de lado todas las precauciones y por común acuerdo tácito, pero sin que este escrito en ningún sitio, la consigna es vivir al día sin preocuparse por el mañana. Es loable esta forma de pensar, sino fuera porque aquí, en la Iberia, este tipo de pensamiento se produce no solo en el periodo de estío, sino en el resto del año. Así, nuestros parásitos, perdón, políticos, se marchan de vacaciones en plena crisis económica, con el peor dato de parados en años, con la inflación batiendo record, la delincuencia por las nubes, con el descenso del nivel de educación, con el fanatismo de nazis y fascistas ardiendo en País Vasco y Cataluña, con la corrupción campando a sus anchas, con las mafias haciendo el “agosto” y con mujeres muriendo a manos de sus parejas. En fin, no sé si esto pasa en otros países, probablemente sí, pero aquí es que roza lo cómico. Luego vendrán de nuevo en septiembre queriendo arreglar el desaguisado y, por supuesto, no lo harán.

Mientras tanto, el calor hace salir al exterior el animal que hay en el ser humano, con perdón para los animales. Estudio con detalle un reportaje sobre jabalíes salvajes que retozan en las calles de un pueblo cercano a Barcelona. Los bichos, en manadas muy monas, bajan de los montes a comer en los cubos de basuras o a ponerse debajo de los balcones mientras los vecinos, divertidos, les tiran las sobras de la comida o la cena. Dicen que los jabalíes se han acostumbrado a los humanos y por eso no les huyen; otros dicen que es casi como un reclamo turístico y otros, en fin, comentan que algún día va a pasar algo con los animales y que estos deberían quedarse en su hábitat y que las personas no les deberían tirar comida. Puede que sea cierto esto último, pero si en el hábitat de los jabalíes no hubieran construido urbanizaciones de lujo o campos de golf, quizás estos no hubieran sentido la necesidad de bajar a por comida fácil al pueblo. Ahora dicen que es una zona protegida, pero ya es demasiado tarde y el daño esta hecho, como es la norma en España.

Se ríen los vecinos de los jabalíes. “Lo han tomado como costumbre”, dice uno de ellos, “Bajan siempre al pueblo y se ponen delante de la casa donde saben que les van a tirar comida”. Se ríen los vecinos porque son animales con costumbres de bestias, pero no sé que decirles, porque los jabalíes siempre están en el mismo sitio del pueblo, pero si me asomo a la ventana del cubículo donde vivo durante mis estancias en el planeta, en el parque de abajo siempre veo a una manada de humanos hacer lo mismo: de lunes a viernes, de 18:00 a 3:30 de la madrugada, están sentados en cuatro bancos haciendo nada, a veces juegan a las cartas, lo que mas fuman porros, pero en su mayor parte hacen nada. De sábado a domingo la cosa no cambia mucho, excepto que en vez de estar colocados solo con porros, también lo están con alcohol. ¿Animales de costumbre? ¿Cómo los jabalíes? ¿Esto es lo que saben hacer las personas cuando tienen todo el tiempo libre del mundo? ¿Estar de lunes a domingo en un banco del parque haciendo nada y fumando porros?

Llega el verano y salen las costumbres animaléscas: reunirse en grupos a retozar en el fresco, dar voces y gritos a altas horas de la madrugada, a beber y emborracharse como simios, a no dejar descansar al vecino, a reír como sapos gordos y envanecidos de ciega arrogancia, a pudrir el alma con comportamientos anti cívicos, a prender fuego a los montes, a destruir mobiliario urbano y dejar las playas hechas un asco. Comportamiento para nada animalésco, pues cuanto nunca he visto a un animal cagar donde come o destrozar el trozo de tierra donde vive, comportamiento muy típico del ser humano, esa cosa que se llama a si mismo, en una prueba más de arrogancia, “Homo sapiens”; aceptamos lo de “Homo”, pero lo de “sapiens” es más difícil.

Por si fueran poco semejantes boberías, viajando en el tren escucho la siguiente conversación protagonizada por dos lindas jovencitas de unos veinte años cada una. La morena hablaba de que había visto un documental sobre el Antiguo Egipto y cómo los faraones y sacerdotes, con la ayuda del pueblo, claro esta, levantaron increíbles monumentos, edificaron presas, canales y ciudades que aún hoy en día causan asombro y escepticismo, plagados de misterios, de desafíos a lo convencional y de plantear preguntas que todavía siguen sin respuestas. La amiga, una rubia teñida de mala manera, no se dejó impresionar por los argumentos de su compañera, pues, según ella, los egipcios, a pesar de sus conocimientos técnicos, matemáticos y astronómicos, eran que menos que unos pobres salvajes atrasados. Ella era mucho más inteligente que todos esos “primitivos”, y la base de su tan aplastante convicción era que poseía un teléfono móvil y los egipcios no.

¿Qué decir, a tan increíble estupidez? Suspirando en mi interior, no quise escuchar más los balidos de semejante borrego y me enfrasqué de nuevo en la lectura de mi libro. Esto es, pues, el resumen de nuestros días: que somos más “inteligentes”, más “guapos” y “guays” que los Antiguos y que los animales porque tenemos teléfono móvil y ellos no. Habría que preguntarse si un Antiguo egipcio o un tigre, por ejemplo, utilizarían el teléfono móvil para grabar palizas o abusos a personas. Es el verano, las temperaturas suben y el cerebro se achicharra, pero en la Nave Mundo no nos afecta el calor. Seguimos planeando, seguimos observando, y seguimos esperando el momento adecuado para actuar. Fin de la entrada 010. LOBO.